Rayuela

¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado
asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al
Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota
sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta
delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de
un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir
los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y
acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida
como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en
nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la
misma que necesita papel rayado para escribirse o que
aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.
Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de
translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto
del Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de
papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sébastopol. De todas maneras subí hasta el
puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en
mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita